Una tarde le vi, ahí caminado por un túnel del metro, caminaba apasiblemente con su uniforme naranja medio viejo y sucio, su cabeza ya blanca hacia visible su edad, le iba viendo por la espalda, de repente se arrodilló, el podía ver lo que yo hacia tiempo ignoraba, recogió algo que no alcanzaba a detallar , algo redondo, le seguí caminando, avancé unos pasos, voltee la mirada discretamente, el hombre limpiaba con su suéter viejo, pardo y roto una manzana amarilla mordida, la guardo entre sus cosas para comerla más tarde y siguió avanzando, le vi a los ojos, una mirada que dejaba entrever una ternura martillada y sobreviviente a los años, no tenía más de setenta, siguió caminando, transmitía una cierta tranquilidad como quien acepta la vida con las carencias que le tocaron desde hacía tiempo ya, más adelante una mujer mayor que el, que vendía dulces de amaranto con un puesto sencillo tirado en el piso le regalo una barra de alegría, y la recibió como si en verdad fuera alegría envuelta en celofán, agradecido siguió su camino hasta que subió al vagón que lo lleva cada noche a su realidad.
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